Guardo en la memoria, como si fuese ayer, el momento en que emprendí mi propio camino de crecimiento personal. Tras sumergirme en terapia individual y participar en talleres grupales, decidí adentrarme en la formación en Terapia Gestalt, a pesar de las dudas y exigencia de un compromiso a largo plazo impuestas por mi psicoterapeuta.
Debo confesar que esta elección supuso una auténtica revolución, brindándome la oportunidad de adentrarme en el conocimiento del ser humano desde una perspectiva singular: el grupo. La interrelación, la toma de conciencia, el contacto íntimo, la escucha atenta y la presencia plena se convirtieron en pilares fundamentales de este enfoque que abrazo fervorosamente. Para mí, la Terapia Gestalt trasciende los límites de la psicoterapia; es todo un estilo de vida e una corriente terapéutica que integra aspectos pasados por alto en otras ramas de la Psicología. Creo en su contenido y en su forma. Sobre todo, la Gestalt es una actitud.
Esta maravillosa disciplina de transformación nos lleva a generar cambios profundos y significativos en nuestras vidas. A lo largo de mi trayecto, he tenido el privilegio de descubrir la Gestalt a través de diferentes escuelas, cada una con su propio enfoque y particularidades en la forma de aplicarla.
Sin embargo, al mismo tiempo que otras corrientes de la psicología quedan obsoletas, he comprendido que, para mi crecimiento personal, la Gestalt también se ha quedado atrás. Después de descubrir diversas vías de crecimiento, disciplinas, y formas de contemplar la vida, de viajar y de trabajar en centros humanistas y artísticos, me he percatado de la necesidad de explorar caminos más profundos en mi desarrollo como persona.
Es primordial embarcarse en un trabajo de acción, sumergirse en la experiencia y salir a «hacer trabajo de campo». La conciencia corporal, la expresión sensorial, el movimiento orgánico y atreverse a explorar los rincones más ocultos mediante la creación artística se vuelven esenciales. No se trata solo de un enfoque terapéutico, sino de una forma de creación artística que brinda espacio para nuestros prejuicios, miedos e inhibiciones. Se trata de derribar auténticamente muros, alzarnos ante nuestros mayores temores y utilizarlos como materia prima para el arte.Si no nos sumergimos en esta profunda experiencia, simplemente estamos interpretando ser dioses ante otros seres humanos. Anhelamos sorprender, demostrar nuestras habilidades o conocimientos sin comprometernos plenamente. Esto es lo que yo llamo «vivir a medio gas»…
En mi propio proceso de crecimiento, he comprendido la importancia de abordar un trabajo de acción constante. Es primordial trascender nuestras propias ideas preconcebidas sobre nosotros mismos y superar nuestros límites autoimpuestos, nuestros miedos, nuestros complejos psicológicos y físicos. Esto debe llevarse a cabo a través de una exposición activa, sinóptica y llevada a la acción. Solo entonces podremos comprender verdaderamente el valor y el potencial del trabajo artístico, así como la importancia de la creación como campo de exploración personal más allá de la psicoterapia.
El teatro, el arte, nos transforma a lo largo de toda nuestra vida. Si deseamos vivir plenamente y conocer nuestra verdadera esencia, debemos entregarnos al juego de manera auténtica. Por un momento, olvidémonos de toda formación y adentrémonos en los lugares más recónditos de nuestro conocimiento interior, reflejándonos en las miradas de los demás.
A todos los terapeutas, coaches, psicólogos, facilitadores y profesores, los invito a que juntos traspasemos nuestras fronteras más peligrosas. Deseo que vayamos más allá de lo imaginable, involucrando nuestros cuerpos, explorando el movimiento y entregándonos a la creación artística. Solo así será posible un cambio más profundo y emocionante tanto en nuestro ser como en nuestra profesión.
Óscar Cortés Salás
Instagram: @oscarcortes_teatroterapeutico